domingo, 17 de agosto de 2014

Vidiadhar

Edgardo Malaver

            Le emocionaba que su hermano Vidia que estudiaba en Oxford viniera a visitarlos en sus primeras vacaciones. Qué suerte que, además, su hermano cumpliera años durante las vacaciones. Al terminar la cena, le ha preguntado qué desea estudiar cuando sea grande. Y él no ha sabido que responderle porque la idea de lo que quiere ser es demasiado grande para caberle en la cabeza, es demasiado hermosa para dejarle en paz el corazón, demasiado íntima para contestar apenas le preguntan. Los labios del niño no se mueven porque él siente toda su sangre acelerarse y precipitarse por todo su cuerpo. Siente que se le calientan las orejas y le sudan las manos. Si estuviera de pie, necesitaría sentarse porque se le doblarían las rodillas. Su garganta se ha cerrado y su respiración se dificulta. Por fortuna, el padre hace un comentario sobre el plato que saborean y todos se ven en la necesidad de responder. La atención de la familia se centra ahora en el dictamen del padre acerca de la comida de la India, con lo cual el niño alcanza a respirar y volver a mirar las cosas con unos ojos que no huyen de nada.
            Más tarde, en la sala, junto a los estantes en que se agrupan los libros del padre, Shiva y Vidia se han sentado a conversar. Así lo llama el hermano mayor, porque para Shiva no es más que otra ocasión, auspiciada por su hermano, para sacarle información de algo que no ha podido averiguar de otra forma. Sabe que, aunque no lo admita, el niño lucha dentro de sí para hacer aflorar la respuesta a la pregunta de la cena, la pregunta que más le han hecho los adultos, lucha dentro de sí por encontrar a quién poder respondérsela en voz baja con la certeza eterna de que nunca habrá de saberlo nadie más. Ahora que “vuelve a conocer a su hermano”, ha oído su propia voz animándose a intentar que brote de su intimidad ese inasible secreto, que es más como una palpitación, más como una estremecimiento contenido que se le agolpa en la raíz de la lengua.
            —Entonces, Shiva, ¿vas a decirme o no lo que deseas estudiar cuando seas grande? —pregunta el hermano mayor, inclinándose un poco hacia la derecha sobre el sofá para hablarle más bajo al pequeño.
            —Lo que yo quiero ser de grande no se estudia.
            Eso se lo aclaraba todo a Vidia. No hacía falta que dijera ni una palabra más: él había sentido lo mismo a la misma edad; pero sabía que el niño —o más bien el fuego que lo incendiaba por dentro— necesitaba que le siguiera preguntando.
            —¿No se estudia? ¿Quieres ser zapatero?
            —No —respondió Shiva sonriendo.
            —Tienes razón, para ser zapatero hay que estudiar también —dijo, y sonrió a su vez—. ¿Quieres ser político?
            —No.
            Vidia se levantó con un movimiento rápido y caminó hacia uno de los estantes mientras se subía un poco los pantalones.
            —Ya sé, vas a ser banquero.
            —No.
            Buscó durante unos segundos un libro a la altura de su cabeza. Cuando lo encontró volvió a sentarse.
            —¿Tú sabes que Papá es periodista?
            —Sí. ¿Quieres ser periodista?
            —No.
            —Lo sé también. Mira, cuando yo tenía un poco más de edad que tú ahora, tuve esta conversación con Papá.
            El pequeño Shiva lo miró sorprendido, pero conservando el silencio. Algo le indicaba que si no interrumpía sabría más pronto la respuesta que deseaba hacer, ahora, él, a su hermano mayor.
            —Yo también tenía mucho miedo de decirle lo que quería estudiar. Sentía lo mismo que tú. Y, tal como te pasa a ti ahora, yo sentía en el pecho una agitación, una tormenta, un dolor que era bastante placentero, en realidad. ¿Me entien...? No, yo sé que me entiendes. ¿Verdad?
            —Sí.
            —Bueno, ese día, para ayudarme, Papá sacó este libro de la biblioteca y me dio un pedazo de papel y un lápiz. Y me dijo: “Escribe lo que quieres ser cuando seas grande y ponlo en este libro”. Y yo lo escribí y él abrió el libro al azar y yo puse el papel sin que él viera lo que decía. Era la página 121.
            El niño intentó ver el título para saber en qué libro buscar luego la página y saber lo que realmente quería estudiar su hermano mayor. Vidia le mostró la portada: era Robinson Crusoe, y continuó:
            —En la página 121, Robinson descubre que para hacer platos es bueno ponerlos al fuego. Dice: “This set me to studying how to order my fire”. Papá dice que es eso lo que tiene uno que hacer con el fuego que siente hacia un oficio. Hay que ordenarlo, calcularlo, dominarlo.
            Luego abrió el libro en la página 121 y sacó el pedazo de papel que había mencionado. Sin que el niño lo leyera, lo rasgó para darle la mitad a su hermano y devolvió su mitad al interior del libro. Le dijo:
            —Ahora escribe tú aquí lo que deseas ser de mayor.
            El niño lo hizo sin dudar un instante. El hermano mayor abrió el libro al azar y el otro puso su papel sin dejar que Vidia lo leyera.
            —Bueno, ahora tienes que leerlo para saber lo que yo escribí. ¡Y no te saltes las páginas!
            —Tú también, para saber lo que escribí yo.
            —Papá me lo ha leído —dijo Vidia devolviendo el libro; al voltear hacia el niño, agregó—: Pero ya sé lo que escribiste.
            —¡¿Cómo sabes?! ¡Hiciste trampa!
            —No, no, no. Sientes lo mismo que yo.
            El hermano mayor abrazó al más joven y salieron de la sala.

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