Edgardo Malaver
Le emocionaba que su hermano Vidia que estudiaba en Oxford viniera a
visitarlos en sus primeras vacaciones. Qué suerte que, además, su hermano
cumpliera años durante las vacaciones. Al terminar la cena, le ha preguntado
qué desea estudiar cuando sea grande. Y él no ha sabido que responderle porque
la idea de lo que quiere ser es demasiado grande para caberle en la cabeza, es
demasiado hermosa para dejarle en paz el corazón, demasiado íntima para contestar
apenas le preguntan. Los labios del niño no se mueven porque él siente toda su
sangre acelerarse y precipitarse por todo su cuerpo. Siente que se le calientan
las orejas y le sudan las manos. Si estuviera de pie, necesitaría sentarse
porque se le doblarían las rodillas. Su garganta se ha cerrado y su respiración
se dificulta. Por fortuna, el padre hace un comentario sobre el plato que
saborean y todos se ven en la necesidad de responder. La atención de la familia
se centra ahora en el dictamen del padre acerca de la comida de la India, con
lo cual el niño alcanza a respirar y volver a mirar las cosas con unos ojos que
no huyen de nada.
Más tarde, en la sala, junto a los estantes en que se
agrupan los libros del padre, Shiva y Vidia se han sentado a conversar. Así lo
llama el hermano mayor, porque para Shiva no es más que otra ocasión,
auspiciada por su hermano, para sacarle información de algo que no ha podido
averiguar de otra forma. Sabe que, aunque no lo admita, el niño lucha dentro de
sí para hacer aflorar la respuesta a la pregunta de la cena, la pregunta que
más le han hecho los adultos, lucha dentro de sí por encontrar a quién poder
respondérsela en voz baja con la certeza eterna de que nunca habrá de saberlo
nadie más. Ahora que “vuelve a conocer a su hermano”, ha oído su propia voz animándose
a intentar que brote de su intimidad ese inasible secreto, que es más como una
palpitación, más como una estremecimiento contenido que se le agolpa en la raíz
de la lengua.
—Entonces, Shiva, ¿vas a decirme o no lo que deseas estudiar
cuando seas grande? —pregunta el hermano mayor, inclinándose un poco hacia la
derecha sobre el sofá para hablarle más bajo al pequeño.
—Lo que yo quiero ser de grande no se estudia.
Eso se lo aclaraba todo a Vidia. No hacía falta que
dijera ni una palabra más: él había sentido lo mismo a la misma edad; pero
sabía que el niño —o más bien el fuego que lo incendiaba por dentro— necesitaba
que le siguiera preguntando.
—¿No se estudia? ¿Quieres ser zapatero?
—No —respondió Shiva sonriendo.
—Tienes razón, para ser zapatero hay que estudiar también
—dijo, y sonrió a su vez—. ¿Quieres ser político?
—No.
Vidia se levantó con un movimiento rápido y caminó hacia
uno de los estantes mientras se subía un poco los pantalones.
—Ya sé, vas a ser banquero.
—No.
Buscó durante unos segundos un libro a la altura de su
cabeza. Cuando lo encontró volvió a sentarse.
—¿Tú sabes que Papá es periodista?
—Sí. ¿Quieres ser periodista?
—No.
—Lo sé también. Mira, cuando yo tenía un poco más de edad
que tú ahora, tuve esta conversación con Papá.
El pequeño Shiva lo miró sorprendido, pero conservando el
silencio. Algo le indicaba que si no interrumpía sabría más pronto la respuesta
que deseaba hacer, ahora, él, a su hermano mayor.
—Yo también tenía mucho miedo de decirle lo que quería
estudiar. Sentía lo mismo que tú. Y, tal como te pasa a ti ahora, yo sentía en
el pecho una agitación, una tormenta, un dolor que era bastante placentero, en
realidad. ¿Me entien...? No, yo sé que me entiendes. ¿Verdad?
—Sí.
—Bueno, ese día, para ayudarme, Papá sacó este libro de
la biblioteca y me dio un pedazo de papel y un lápiz. Y me dijo: “Escribe lo
que quieres ser cuando seas grande y ponlo en este libro”. Y yo lo escribí y él
abrió el libro al azar y yo puse el papel sin que él viera lo que decía. Era la
página 121.
El niño intentó ver el título para saber en qué libro
buscar luego la página y saber lo que realmente quería estudiar su hermano
mayor. Vidia le mostró la portada: era Robinson
Crusoe, y continuó:
—En la página 121, Robinson descubre que para hacer platos
es bueno ponerlos al fuego. Dice: “This
set me to studying how to order my fire”. Papá dice que es eso lo que tiene uno que hacer con el fuego que siente
hacia un oficio. Hay que ordenarlo, calcularlo, dominarlo.
Luego abrió el libro en la página 121 y sacó el pedazo de
papel que había mencionado. Sin que el niño lo leyera, lo rasgó para darle la
mitad a su hermano y devolvió su mitad al interior del libro. Le dijo:
—Ahora escribe tú aquí lo que deseas ser de mayor.
El niño lo hizo sin dudar un instante. El hermano mayor
abrió el libro al azar y el otro puso su papel sin dejar que Vidia lo leyera.
—Bueno, ahora tienes que leerlo para saber lo que yo
escribí. ¡Y no te saltes las páginas!
—Tú también, para saber lo que escribí yo.
—Papá me lo ha leído —dijo Vidia devolviendo el libro; al
voltear hacia el niño, agregó—: Pero ya sé lo que escribiste.
—¡¿Cómo sabes?! ¡Hiciste trampa!
—No, no, no. Sientes lo mismo que yo.
El hermano mayor abrazó al más joven y salieron de la
sala.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario