Edgardo Malaver
—Bien, amigos, estamos de regreso en su programa Sin letras no hay paraíso, por Alfa-Beta
FM, en el que disfrutamos hoy de la visita de don Jorge Amado, el escritor más
querido de Brasil y de otros mundos. Bueno, don Jorge, ya vamos a terminar el
programa.
—Es una lástima.
—Verdaderamente, porque hemos disfrutado muchísimo esta
entrevista, ha sido provechosísimo y han quedado muchos puntos que nos
gustaría haber tratado. Y hablando de cosas de las que nos falta conversar, en esta última parte del
programa siempre nos dedicamos a responder preguntas que nos hacen los oyentes
por Twitter, por mensajes de textos, etc. Las responde el invitado, claro. ¿Le
parece?
—Sí, sí, cómo no.
—Muy bien, entonces tenemos la primera pregunta, que nos
envía Antonia —sólo tenemos su nombre— desde Itabuna, cuna de Jorge Amado.
Antonia pregunta: “¿A qué se refiere con ‘ambos mundos’?”. Supongo que se
referirá Antonia al comentario de hace unos minutos cuando hablábamos de Gabriela.
—Sí. Me refería al mundo de la realidad y al de la
ficción… sea cada uno de ellos el que sea. Es decir, sea este en que estamos
usted y yo el de la realidad (que seguramente convendríamos, si habláramos de
eso, en que es éste el de la realidad) o el otro, el de la ficción, si no es
ése en el que en realidad estamos. Nunca sabremos cuál es cuál. Mucha gente me pregunta si Gabriela existió.
Y no sólo existió, sino que... bueno, ya usted sabe. Es la misma historia que
conté de doña Flor.
—Gabriela fue el personaje que lo sacó de la política,
¿no?
—¡Ja, ja, ja, ja...! Una mujer como Gabriela lo puede
sacar a uno del mundo. De los dos mundos. ¡Ja, ja, ja, ja...!
—Ahora, desde Sao Paulo, nos lleva la pregunta de José
Luis Gomes: “¿Ha sufrido por amor?”.
—Mire, le voy a contar un cuento. En 1544, cuando Luis de
Camões tenía apenas 20 años, una mujer le hizo esa pregunta. Y Camões, que no
se había dado cuenta aún de que era poeta, pasó toda la vida buscando la
respuesta. Un día, ya viejo, herido por la incertidumbre de esa palabra,
escribió:
Pasa el bien volando
y el mal, con los años,
acude mostrando
todos los engaños.
De amor la alegría
poco tiempo dura,
triste de quien fía
mucho en la aventura.
Bien sin fundamento
cierta ha de mudanza,
junto al sentimiento
vive la añoranza.
Quien vive contento
vive receloso,
no haber mal violento
se hace peligroso.
Quien males sintió
sépalos tener,
y por lo que vio
sepa qué ha de ver.
En la vida ciega
nada permanece,
aún el bien, no llega
ya desaparece.
Cualquier esperanza,
huye como el viento,
todo hace mudanza
salvo mi tormento.
Amor, ciego y triste
quien lo ha padece.
Mal, quien lo resiste,
mal, quien le obedece.
Querido José Luis, uno no llega nunca a eludir el dolor
del amor, pero ay de aquel que intenta huir de él. Es un infeliz.
—Desde Itabuna otra vez, le pregunta Ángela: “Señor
Amado, ¿para qué sirve la poesía?”.
—Me imagino que no querrá que le responda teóricamente.
Mire, Ángela, en la teoría literaria, la poesía no sirve para nada. Pero los
que la amamos no podemos conformarnos con esa respuesta. Es como cuando leemos
en el libro de geografía que el mar, como está hecho de agua y el agua es
transparente, no tiene color. Y uno va y se para en la orilla del mar y ve no
sólo que tiene color, sino que ese color es bello. Y uno se enamora y se
embelesa y se queda mirándolo horas y horas y cuando regresa a su casa, sigue
pensando en él y desea regresar a zambullirse en su belleza y en su embrujo.
—Muchas gracias, don Jorge.
—¡Amigos de Alfa-Beta FM, la radio de la poesía, acabamos de escuchar...
Sin letras no hay paraíso! Nos
despedimos hasta el próximo lunes, cuando nos citaremos nuevamente con la letra
escrita a través de la voz. Hasta entonces.
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