Edgardo Malaver
Hemos llegado a África. Alex parece otra persona.
Respirar el aire de sus antepasados lo ha convertido en otro hombre. No, no se
ha convertido en otro hombre. Se ha convertido en un espíritu. Camina con los
pies de Alex, ve con los ojos de Alex, hasta lo he visto, en el avión, en el
aeropuerto y ahora en el hotel, escribir con la mano derecha de Alex. Camina,
como veo ahora que lo hace, con los pies de mi amigo Alex, pero ya no es él.
Habiendo sido amigos desde que estábamos en la escuela
primaria y habiendo trabajado juntos tantas veces, me había ilusionado pensando
que un viaje en avión desde Nueva York hasta Gambia, haciendo tantas escalas en
Europa y en África, sería una nueva oportunidad para saborear el delicioso arte
de la conversación en que Alex y yo nos envolvemos cada tanto. Había pensado
que nos contaríamos los más recientes acontecimientos de nuestras respectivas
vidas cotidianas y familiares. Había imaginado que le contaría sobre mis nietos
—y los suyos—, que han comenzado a nacer desde la última vez que tuvimos una
ocasión como ésta para contarnos las inéditas sensaciones y los imperdonables
deseos de consentir en lugar de corregir a los vástagos de nuestros vástagos.
Sin embargo, es precisamente la familia la que ha
convertido a este hombre más bien bajo de estatura pero más bien grueso de
kilos en un ser leve como la hoja de un árbol. Ha sido su antiguo sueño —y
antiguo en el más ancestral de los sentidos—, su sueño más íntimo y amado de
descubrir la verdad sobre los antepasados de su familia los que lo han traído a
esta tierra vasta y caliente. Ese sueño, largamente demorado y largamente
enraizado en su mente y en su corazón, ahora lo ha convertido en un espíritu
que camina por estas calles de África como si estuviera regresando del
Purgatorio y encontrara en su reconquistado Paraíso la avenida de nubes que sus
pies reclamaban desde que los siglos inventaron el tiempo. Mi amigo Alex camina
por estas calles como si su sangre se hubiera convertido en éter, como si su
respiración fuera la esperanza, como si sus manos contuvieran la armonía entre
el pasado y el futuro de todos los hombres.
Mañana emprenderemos el viaje a las entrañas de Gambia,
donde Alex espera encontrar lo que ya parece haber encontrado: el origen de una
historia que ha palpitado en su sangre desde que las piedras pueblan la tierra.
Mañana comenzaremos a buscar la piedra filosofal de su existencia, que sin que
en África y América nadie se lo hubiera propuesto, es también la piedra
filosofal de la existencia de todos los que hemos nacido aquí y allá. Mañana partimos
en busca de la cuna de Kunta Kinte.
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