miércoles, 6 de agosto de 2014

Guy

Edgardo Malaver

 

 

 

        ¿Lo dice en serio, doctor, leyó la carta? ¿No le parece la carta de un loco? Sí, ya usted me ha dicho que no puedo ser otra persona, que sólo puedo ser Maupassant, pero tengo que respirar alguna vez. No crea, doctor, que intento evadirme. No me evado, es sólo que... ¿en serio no puedo ser otra persona? ¿No puedo ser Pierre, no puedo ser Jean? ¿Cree usted de veras que no puedo convertirme, al menos, en Madeimoselle Fifi? Haría mi esfuerzo más intenso para actuar como una mujer, aunque no sería muy necesario, porque al ser mujer, no tendría que simular que lo soy. A veces quisiera transformarme en Pierrot, mi Pierrot, en el hombre de Marte o en el Padre Simón. ¿Está seguro de que no conviene que me lo permita? Tenga en consideración mi acuciante situación.

        ¿Leyó esa parte de la carta en que digo: “Frente a mí, la cama, una vieja cama de roble con columnas. A la derecha, mi chimenea. A la izquierda, la puerta, con el cerrojo echado. A mi espalda, un grandísimo armario de luna”? Puedo aceptar esa cortedad de espacio con tal de respirar con otros pulmones una sola vez.

        ¿Cuántas veces recuerda uno, doctor, el día de su nacimiento? ¿Cuántas veces en la vida, lo peor, tiene que escribir esta carta para uno mismo el mismo día de agosto, todos los años, una vez y otra vez?

        Y ahora que me ha leído, doctor, dígame con toda honestidad: ¿estoy enfermo?


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