Edgardo
Malaver
¿Lo dice en serio, doctor, leyó la carta? ¿No le parece la
carta de un loco? Sí, ya usted me ha dicho que no puedo ser otra persona, que
sólo puedo ser Maupassant, pero tengo que respirar alguna vez. No crea, doctor,
que intento evadirme. No me evado, es sólo que... ¿en serio no puedo ser otra
persona? ¿No puedo ser Pierre, no puedo ser Jean? ¿Cree usted de veras que no
puedo convertirme, al menos, en Madeimoselle Fifi? Haría mi esfuerzo más
intenso para actuar como una mujer, aunque no sería muy necesario, porque al
ser mujer, no tendría que simular que lo soy. A veces quisiera transformarme en
Pierrot, mi Pierrot, en el hombre de Marte o en el Padre Simón. ¿Está seguro de
que no conviene que me lo permita? Tenga en consideración mi acuciante situación.
¿Leyó esa parte de la carta en que digo: “Frente a mí, la
cama, una vieja cama de roble con columnas. A la derecha, mi chimenea. A la
izquierda, la puerta, con el cerrojo echado. A mi espalda, un grandísimo
armario de luna”? Puedo aceptar esa cortedad de espacio con tal de respirar con
otros pulmones una sola vez.
¿Cuántas veces recuerda uno, doctor, el día de su nacimiento?
¿Cuántas veces en la vida, lo peor, tiene que escribir esta carta para uno
mismo el mismo día de agosto, todos los años, una vez y otra vez?
Y ahora que me ha leído, doctor, dígame con toda honestidad:
¿estoy enfermo?
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