Edgardo Malaver
Ah, caramba, no está en casa el doctor Borges. Dígale,
por favor... ¿Usted es su hijo? Sí, señor. Bien, jovencito, dígale a su padre
que hemos venido a felicitarlo por la traducción. Además... ¿Los señores desean
entrar y esperarlo? Es probable que esté cerca de llegar. Bueno, tenemos
asuntos que atender en lo que queda de mañana. Pero será un placer para mi
madre atenderlos durante unos minutos, y a mi padre le alegrará el día verlos
aquí al llegar. En lo que a mí respecta, puede quedarme unos veinte minutos.
Muy bien, doctor Menotti, adelante. Bueno, yo... Venga, doctor, entusiásmese,
que una charla con el doctor Borges siempre es agradable. Bienvenidos, señores,
tomen asiento. Discúlpenme un instante mientras voy a dar aviso a mi madre. Muy
bien, hijo, te esperamos. Oiga, Menotti, yo tengo que pasar por la notaría
antes de las 12: de eso depende mi herencia. No se mortifique, Del Vecchio, ya
llegará, eso es aquí mismo, a dos cuadras. Pero entienda que la segunda mujer
de mi padre tiene un aboga… Del Vecchio, usted tiene el mejor abogado de Buenos
Aires, que soy yo. Muchas gracias, doctor Fonseca, pero este retraso me pone
nervioso. No, hombre, aquí todos somos abogados, hasta el padre de Gutiérrez es
abogado, ¿no es cierto? Sí, señor. ¿Ve?, es cuestión de confianza. Ya verá
usted cuando llegue Borges que habrá valido la pena. Además, amigo mío, amigos
míos, el doctor Borges es el hombre indicado para... Buenos días, distinguidos caballeros.
¡Doña Leonor...! Buenos días, señora... Qué placer ver a tan bella dama... Déjeme
besarle las manos... Caramba, qué honrada me siento. Parece que hubieran venido
a verme a mí. Vinimos a saludar un instante a su letrado marido, pero los
dioses son benevolentes con nosotros. Muchas gracias, doctor Menotti.
Siéntense, por favor, ya he ordenado que nos traigan té. Sí, pero va a ser
verdaderamente un instante, doña Leonor, porque algunos tenemos algunas
diligencias urgentes... ¡Del Vecchio, por el amor de Dios! Doña Leonor, nosotros
como amigos fidelísimos de su señor esposo, hemos decidido venir a presentarle
nuestras felicitaciones por un excelente trabajo que apareció hoy en el diario,
del cual nos ha hecho percatarnos el doctor Menotti. ¿Un trabajo de mi esposo?
Pues bien, le haré llegar sus palabras. ¿No lo ha leído usted? No, doctor, he
estado ocupada en la mañana de hoy. Fonseca, ¿tiene el diario por ahí?, ¿puede leernos
algún fragmento especialmente atractivo de la traducción para que doña Leonor llene
sus oídos del talento con el que Dios la unió en matrimonio? Claro que sí,
doctor Menotti. Señora, está listo el té. Servilo, por favor. A nosotros nos
parece que es una traducción exquisita. Da a la narración aportes que pueden
ser senderos nuevos para entender al autor. Sí, ciertamente, yo creo que esta
traducción enamora a lector con un lenguaje que en ocasiones pareciera
naturalmente infantil, pero que sabemos que autor y traductor han elegido
conscientemente para lograr esta consecuencia: el disfrute y el deleite de un
cuento de hadas moderno. ¿No, señores? Ciertamente... Discúlpenme los señores,
creo que quien llega es mi marido. Buenos días, querida. ¿Qué son esas voces?
¿Quiénes están ahí? Unos señores que han venido a felicitarte por un... Al
final no sirvió de nada cambiar de periódico, volvieron a descubrirme, voy a
tener que ponerme otro nombre. Georgie, hijo, ¿qué haces escondido detrás de
esa cortina?
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