Antonia María LÁREZ
(Juan Griego, 17 ene. 1943)
Segunda hija de María Albina LÁREZ MORENO (1915-88)
Cuando
yo tenía 12 años, mi abuela, Juanita Lárez, se empeñó en que la acompañara a
Cabimas. Aunque nos fue bien, a partir de ese viaje no quiero nada con los
autobuses. En Cabimas, ciertamente, me sentí como en mi casa. Era bella y
grande y todos me trataron como a un príncipe. Aquella era la casa de mi prima
Antonia, hija de mi tía María, hermana de mi abuela.
Yo
recordaba a Antonia de una vez que fue a Margarita con su marido y sus hijas,
Lisbeth y Maité. Ella se acostaba tarde porque conversaba mucho con mi abuela,
y en la noche del lunes en que llegaron la entrevista de Marcel Granier en Primer Plano parecía estar tan
interesante que ella se quedaba mirando la pantalla como si un mago la
estuviera hipnotizando. Por nada del mundo se me ocurría a mí hacer ni un
mínimo ruido, no me fueran a mandar a la cama, pero en los comerciales, las dos
conversaban, como si argumentaran en un juicio, acerca del contenido de la
entrevista. La sensación que recuerdo es que había habido un engaño, un acto de
corrupción y que el entrevistado lo estaba develando. O Granier, no sé. Para mí
era impresionante que Antonia pareciera conocer el asunto tanto como aquellos
señores tan bien peinados que hablaban en la televisión.
Y en
aquel único viaje que he hecho a Cabimas, yo sentía algo así como que no
hablaba el mismo idioma sagrado que Antonia porque en mi imaginación ella era
como un personaje de la televisión, una persona que sabía mucho de las
noticias, de la política y de todos esos temas importantísimos que a los niños
no nos interesan y nos aburren. Pero una tarde Antonia recibió una llamada, y
salió al patio, donde se sentaban mi tía María y mi abuela, y dijo: “Tengo que
ir para Maracaibo”. Mi tía debe haber dicho que era tarde para ir sola, y yo
pensé: “Ay, yo podría ir con ella, estoy como aburrido”. Y Antonia, después de
echarle mano a su cartera, pasó junto a mí dirigiéndose al carro y me preguntó:
“¿Quieres ir?”. ¡Me leyó el pensamiento!
A no
ser por el cariño con que me trató todo el tiempo, no recuerdo nada de aquel
recorrido, que también fue largo; ni siquiera recuerdo la “emoción tan grande”
que según la música popular zuliana causa “pasar el puente” sobre el lago.
Quién sabe si me dormí o si aturdí a la pobre Antonia con preguntas o
comentarios tontos, pero en aquella época era yo más aburrido que ahora, así
que ella debe haberse arrepentido de llevarme.
Sea
cuál sea la verdad, cuando encontré esta foto en casa de mi tía Teresa, unos
años después, reconocí en primer lugar a mi prima sabia. “¡¿Esta es la boda de
Antonia, tía?!”. Y después vino la sorpresa al reconocer la juventud de los
demás personajes: Elizabeth, su hermana, la divertida Pelona, primera de la
izquierda; mi tío Marquito, el cuarto de izquierda a derecha; Antonia, vestida
de novia; Etanislao, o Teny, el novio; mi tía María, idéntica a las demás fotos
de ella que había visto, y las demás personas debían ser de la familia de Teny.
Es sin
duda una foto memorable. Antonia y Etanislao se casaron por la Iglesia el 18 de
marzo de 1967; tres meses antes lo habían hecho por la ley. Tuvieron dos hijas y,
hasta ahora, dos nietos y dos bisnietos. Cincuenta y tres años más tarde,
viuda, de pie aún en aquella bella casa, gracias a Dios sigue teniendo las
antenas bien puestas y yo sigo pensando en ella como un ejemplo de
inteligencia.
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