domingo, 5 de mayo de 2019

Noche del 4 de mayo

Edgardo Malaver






     Durante la noche, Juan Bautista se despertó varias veces a causa de la misma pesadilla. Un hombre le ofrecía una pluma y él firmaba con ella un documento. Y mientras levantaba la mano de la hoja, levantaba también la vista hacia la puerta del salón, donde súbitamente se oía el palabrerío sordo de todos los hombres importantes de la ciudad. La puerta, extrañamente, daba hacia el mar, y él podía ver un centinela que hacía la ronda de la mañana en el castillo. Pero delante de la imagen del castillo, rodeada de las flores y sarmientos primorosamente pintados en el marco de la puerta, había aparecido ahora la de una mujer que llevaba un vestido amarillo, con una perla grande sobre el pecho. La mujer entró en el salón caminando con un paso lento, como si no se decidiera a entrar de lleno o acercarse a él. Al final llegó frente a él, a un paso de su mano derecha, que aún sostenía la pluma. La mujer lo miraba con ojos acribillados de un dolor que aún no había sufrido pero que no iba a poder evitar. Entonces él separó los labios para decir algo, pero en ese instante ella se inclinó con gracia sobre la hoja de papel. Pareció leer las primeras líneas y después, al ver al final del documento el nombre de su marido, echó a llorar como quien lo ha perdido todo. La mujer, cogiéndose las faldas con las dos manos, se dio la vuelta y salió corriendo de la sala. Sólo entonces reconoció Juan Bautista a Luisa, su mujer, y cuando la pluma cayó de sus manos, otra vez despertó.

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