martes, 23 de enero de 2018

El ciclo de Eduardo Fernández

Edgardo Malaver


Como homenaje a los venezolanos que lograron, hace 60 años, la caída de la horrorosa dictadura de Marcos Pérez Jiménez en Venezuela, Un Lapicero Azul reproduce aquí un artículo de su editor aparecido hace días en Efecto Cocuyo.

 
Al final, hasta el padre Madariaga
contribuyó a la huida de Pérez Jiménez


Al final, Eduardo Fernández va a tener razón. En 1988, cuando era candidato a la presidencia contra Carlos Andrés Pérez, Fernández afirmó que en Venezuela, los grandes cambios sucedían cada 30 años. Quién sabe si, ahora que falta tan poco para que se cumplan 30 años de aquella afirmación, acabar con todo este zaperoco histórico que vive Venezuela sea cuestión de simplemente esperar el parto, que no puede más que suceder.
Fernández preveía que ese año ganaría las elecciones y todo iba a cambiar; acabaría, por lo menos, con 10 años seguidos de gobierno de Acción Democrática. Resulta que ganó Pérez, que era lo que parecía más probable, pero no dejó de cumplirse el ciclo... y la profecía. El 27 de febrero de 1989, apenas 25 días después del cambio de gobierno, Caracas explotó en una andanada de saqueos, de violencia y de muerte, que acaso haya sido el acontecimiento social más doloroso de todo el siglo XX en Venezuela.
El hecho histórico anterior fue el de enero de 1958, cuando Marcos Pérez Jiménez y su dictadura volaron en un avión lleno de dinero, para no regresar nunca al poder. En diciembre de ese año hubo elecciones libres y comenzó el período de democracia, de gobiernos civiles, más prolongado que haya vivido Venezuela.
Treinta años antes, un grupo de muchachos que estudiaban en la Universidad Central de Venezuela habían organizado una protesta tan contundente contra el gobierno de Juan Vicente Gómez, que terminaron en las mazmorras o en el exilio, pero quedó claro que ya la sociedad venezolano no soportaba más el peso de la dictadura. Fue tan importante, tan llena de contenido aquella manifestación, que de ella nació la que terminaría llamándose Generación del 28, cuyos miembros fueron los protagonistas de los acontecimientos de 1958. Probablemente era la juventud la que los estimulaba a enfrentarse al dictador más sanguinario que haya parido Venezuela.
Antes de eso, en 1898, un envalentonado Cipriano Castro, secundado por un entonces tímido Gómez, su compadre, había reunido en su Táchira natal un pequeño grupo de hombres que para emprender la aventura de sus vidas: cabalgar hasta Caracas para arrebatarles el poder a los pretensiosos y afrancesados políticos del centro, que, según él, estaban hundiendo a Venezuela. Echando tiros a diestra y siniestra, llegaron a la capital y cambiaron la silla del caballo por la del palacio de gobierno. Ya sabemos que las cosas cambiaron... para peor. Y, como diría Francisco Herrera Luque —si no me está traicionando la memoria—, estos fueron “60 hombres que se quedaron 60 años”. Sesenta años... dos veces 30.
Treinta años antes de la llegada de los andinos al poder, en octubre de 1867, a la vuelta de sus vacaciones en Coro, el mariscal Juan Crisóstomo Falcón, presidente de la república, se había encontrado la capital alborotada —y en realidad muchísimos lugares de Venezuela— y ya no le queda tiempo suficiente, ni destreza ni partidarios, para detener la Revolución Azul. La revuelta se había venido fraguando desde la llegada de Falcón al poder, poco después de la Guerra Federal, pero en 1868 la situación, largamente descuidada por el presidente, terminó reuniendo en su contra a liberales y conservadores. La Revolución Azul trajo de vuelta a la escena, e indirectamente al poder, a José Tadeo Monagas, cuyo derrocamiento había sido una de las principales causas de la guerra en la década anterior.
El acontecimiento anterior, aunque significativo, quizá sea menos interesante. En 1838, José Antonio Páez gana las elecciones gracias a su defensa del gobierno de Carlos Soublette.
El acontecimiento importante de 1808 no sucedió en Venezuela, pero fue tan decisivo que trajo como consecuencia, nada menos, la independencia. Ese año, engañando a Manuel Godoy, primer ministro de Carlos IV, Napoleón Bonaparte invadió España y les impuso a su hermano José a los españoles como nuevo rey. No hace falta detallar las repercusiones de este amable gesto napoleónico, pero en abril de 1810, unos “niñitos de papá” de Caracas pusieran contra la pared —y de espaldas a José Cortés de Madariaga— a Vicente Emparan, capitán general de Venezuela, es decir, el representante del encarcelado rey de España. Emparan ese mismo día desapareció de la historia.
Quizá no valga la pena seguir buscando pruebas para la validez del “ciclo de Eduardo Fernández”. Quién sabe si la llamada “situación” venezolana alcanza los 74 años y luego se soluciona pacífica y lentamente. Otra posibilidad es que se concrete una de las paradojas más hirientes de la historia venezolana, que dentro de 90 años todavía haya alguien que escriba: “Al final, Fernández va a tener razón...”.
Lo que sí parece urgente es encontrar una fórmula para despejar esta incógnita, que alguien (y si es alguien que tenga poder, mucho mejor) se percate de que el 2018 es una oportunidad de oro que ofrece la historia para llegar a una solución... porque el dominó está tan trancado que los más pobres, que somos la mayoría de las mayorías, ya no tenemos más piezas que lanzar a la mesa.

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