Edgardo Malaver
Hoy vinieron pocos
estudiantes a la clase de las 7:15. Yo mismo llegué después de las 7:25 y
durante unos 40 minutos hubo sólo dos muchachas en el salón, Pinto y Contreras,
soportando con valentía las pocas ideas que yo era capaz de armar acerca de “El
casamiento engañoso”, la novela ejemplar
de Cervantes que estamos leyendo en estos días.
Como la semana pasada
leímos “La fuerza de la sangre” y en ese caso, sin que yo me lo propusiera,
terminamos hablando de la poderosa imagen de la madre recta y sabia, doña Estefanía,
que surge detrás de la de la muchacha débil y sumisa, humillada e incluso
autonegada, de la protagonista, Leocadia, se me ocurría ayer que hoy podíamos asociar
a la protagonista del engaño de esta semana, llamada también Estefanía, con
otra mujer firme y clara de las que le gustan tanto a Cervantes: la pastora
Marcela, que aparece en Don Quijote.
Ese era todo mi plan de clase: conducir a los muchachos a la lectura del
discurso de Marcela, que dicen muchos que es el primer manifiesto feminista de
la historia, y bien puede ser que lo sea, pero que innegablemente nos habla de
una postura, más que del personaje, del autor, que en una época asfixiantemente
favorable a los varones, se lanza a defender a las mujeres.
No contaba con la
astucia del azar, que me haría dejar mi ejemplar de Don Quijote en casa y darme cuenta cuando ya estaba en la
universidad. Sólo se me ocurría ir a la Sala de Profesores a ver si los
profesores del Departamento de Italiano tenían un Quijote en una caja
maravillosa que tienen ahí, donde cada vez que mira encuentro algo insuperablemente
bueno. Pues no. En cambio tenían una edición hermosa y amigable del Decamerón, y entonces recordé que la noche
anterior, había visto en Internet un artículo que descubría relaciones
intertextuales entre el escritor italiano y el español. El cansancio no me
había permitido leer el artículo, pero recordaba claramente el título: “Cervantes,
lector de Boccaccio: huellas y reflejos de la ‘X Giornata’ del Decamerón en las Novelas ejemplares”, y pensé en “relaciones intertextuales” porque
era lo que deseaba hacer esta mañana y lo que había planeado para la clase.
Efectivamente,
Boccaccio decía para resumir su décima narración de la décima jornada:
El marqués de Saluzzo, obligado por los ruegos de sus vasallos a tomar mujer, para tomarla a su gusto elige a la hija de un villano, de la que tiene dos hijos, a los cuales le hace creer que mata; luego, mostrándole aversión y que ha tomado otra mujer, haciendo volver a casa a su propia hija como si fuese su mujer, y habiéndola a ella echado en camisa y encontrándola paciente en todo, más amada que nunca haciéndola volver a casa, le muestra a sus hijos grandes y como a marquesa la honra y la hace honrar.
Todo un matrimonio
engañoso, toda una telenovela de Radio Caracas Televisión, como habría dicho
Brito, si para ese momento hubiera llegado. Indudablemente, cuando los leamos
uno frente al otro, vamos a darnos banquete con estos dos matrimonios tan
retorcidos.
Lo más interesante de
la mañana, sin embargo, vino más tarde, cuando ya habían llegado unos cuantos. Cuando
llegó Morón, en cuyas manos había visto en clases anteriores una edición de Don Quijote, pudimos comenzar con la
lectura del discurso de Marcela, ayudados por Sánchez (K.), que acababa de
encontrarlo en su teléfono con wifi.
En mitad de la conversación me acordé también de “La Gitanilla”, otra novela ejemplar, y su visión
ultramoderna del matrimonio, y leí para los estudiantes la respuesta que ésta
le da al pretendiente que pide su mano en la puerta de Madrid.
Describimos,
identificamos, esbozamos varias figuras femeninas entre estas ‘mujeres de
Cervantes’. Una fue Leocadia, que es víctima de un ataque sexual por parte de
Rodolfo en su primera juventud y a partir de entonces es anulada en la vida
familiar. Es la imagen contraria a doña Bárbara, que desea vengarse de los
hombres, pero también obtiene lo contrario: Leocadia logra al final el amor de
su agresor; doña Bárbara desaparece tragada por la tierra que había dominado.
Doña Estefanía, la
madre de Rodolfo, es la mujer cuyos años, desde detrás de la protección de su
marido, adquiere la sabiduría que le permite conocer a su familia de pie a cabeza.
Conoce tan bien a su hijo que es capaz de urdir un plan para que éste repare su
falta y enderece su vida junto a una familia que inconscientemente había
formado. Reflexionando sobre este personaje, Brito se acordó de Úrsula Iguarán,
que dirige con mano firme aquella familia tan enmarañada como eran los Buendía y
que, al dirigir a los Buendía, dirige también, de alguna manera, a todo Macondo.
Estefanía, la otra
Estefanía, la de “El casamiento engañoso”, es una mujer pícara, astuta,
mentirosa, vividora, hábil, que sabe —nosotros no sabemos cómo, pero ella lo
sabe— que su pretendiente sólo busca aprovecharse de ella y, por eso, se las
arregla para que sea él quien caiga exactamente en la trampa que él le está
poniendo a ella. En cierta forma, actúa como doña Bárbara.
Después, también Sánchez
(K.) mencionó a la cándida Eréndira, que es condenada a vivir una vida harto
injusta, cruel y humillante a causa de un accidente del que ella misma no era
responsable. Eréndira se parece a Leocadia.
No lo mencionamos, pero ahora me acuerdo de las mujeres de las que habla el Corbacho, que leímos hace meses. Todas son malas, “viciosas”, “mendaces”, prevaricadoras. Cervantes parece desear rescatar a las mujeres de ese infierno de mala reputación que toda la sociedad les asignaba. Marcela, la de Don Quijote y la Gitanilla, de Novelas ejemplares, son sólo dos ejemplos de los más sencillos. Y ingenioso hidalgo representa en el terreno de la ficción a su eminente creador, al ponerse, espada en mano, entre la muchacha injuriada y los caballeros que se lanzan contra ella por creerla autora de la muerte de su amigo Grisóstomo. Don Quijote está también en contra de ella por la historia que ellos le han contado, pero los apostrofa y les grita que nadie le tocará un cabello a la muchacha mientras él esté presente. Y la defiende, como hace, sin que muchos se den cuenta, Miguel de Cervantes con las mujeres de su época y, por extensión con las de todas las épocas que en el mundo han sido.
No lo mencionamos, pero ahora me acuerdo de las mujeres de las que habla el Corbacho, que leímos hace meses. Todas son malas, “viciosas”, “mendaces”, prevaricadoras. Cervantes parece desear rescatar a las mujeres de ese infierno de mala reputación que toda la sociedad les asignaba. Marcela, la de Don Quijote y la Gitanilla, de Novelas ejemplares, son sólo dos ejemplos de los más sencillos. Y ingenioso hidalgo representa en el terreno de la ficción a su eminente creador, al ponerse, espada en mano, entre la muchacha injuriada y los caballeros que se lanzan contra ella por creerla autora de la muerte de su amigo Grisóstomo. Don Quijote está también en contra de ella por la historia que ellos le han contado, pero los apostrofa y les grita que nadie le tocará un cabello a la muchacha mientras él esté presente. Y la defiende, como hace, sin que muchos se den cuenta, Miguel de Cervantes con las mujeres de su época y, por extensión con las de todas las épocas que en el mundo han sido.