Edgardo Malaver
A la
incontable multitud de estudiantes que, demasiado jóvenes aún,
han
muerto en las calles de Venezuela en los últimos 60 días
Milagros
Socorro publicó la semana pasada un artículo en la revista Clímax en que afirma con verdad: “Está claro que el lenguaje es una
conducta”. Ciertamente, así como uno comunica, expresa, dice algo al hacer las
cosas, también está uno haciendo algo al decir cualquier palabra que diga. El
artículo de Socorro trata del atrevimiento del gobernador Henrique Capriles
contra el presidente de la República. El acto de habla de Capriles, el de
insultar, equivalió —y no sólo en la visión de la autora— a lanzar una piedra a
la frente del gobierno en medio de las cotidianas y enormemente
desproporcionadas agresiones de los cuerpos de seguridad del Estado contra los
manifestantes en la calles de Venezuela durante todo el mes de abril y el mayo
que ya va a terminar. Lanzando gases, chorros de agua, metras, puños, culatazos
y balas, el gobierno informa al
pueblo que no tiene derecho a exigir derechos —ni aun a la vida— y, lanzando
una palabra, la oposición intenta
descargarse de la rabia, la tristeza y el dolor de la muerte. De lejos quizá no,
pero en el asfalto o junto a la tumba de un hijo, ese desbalance —el político y
el lingüístico— es una daga punzante.
En
medio de este reguero de sangre, el presidente ha convocado a una asamblea
constituyente, con lo cual retrocedemos, cuando menos, a 1999. Ese año comenzó
a construirse, más discursiva que jurídicamente, una “noción” que se ha llamado
“quinta república”. El recién contratado presidente de aquel momento argumentó
que como se iba a redactar una nueva constitución, nacía una nueva república en
la que pretendía erradicar los vicios de la anterior. Lo había anunciado en la
campaña electoral, de modo que no le fue difícil implantar la idea en las
encandiladas mentes de las mayorías. Lo apoyaba la mayoría, también cegada por
el relámpago de la novedad, que tenía el exsoldado —¡ja!— en su Asamblea
Constituyente. (Lo que es más, dijo que el país iba a llamarse “República
Bolivariana de Venezuela” y al principio la Constituyente lo discutió y no lo
aprobó, pero él refunfuñó y al día siguiente lo complacieron.) Pura creación de
la lengua: toda una situación concreta, que modificaba radicalmente la vida de
millones y millones de personas, salida de un par de palabras de un solo hombre.
Cada
vez que en los últimos 20 años he oído decir algo como “Esto no era así en la
cuarta”, he intentado introducir la idea, casi nunca escuchada, de que aún estamos
en la cuarta república, la que nació al disolverse la Gran Colombia en 1830.
Los poquísimos que me han escuchado me han respondido: “Pero hay una nueva
constitución”. De ser así, la actual sería en realidad la vigésima sexta
república. ¿Dónde está la falacia? ¿Qué marca el fin de una república y el
comienzo de otra?
La
Primera República, fundada con la adopción de la Constitución Federal de 1811,
se extinguió el 25 de julio de 1812, con la Capitulación de San Mateo ante el
general español Domingo Monteverde. (Esto significa que murió la república, el
intento de echar adelante una nación nueva, ya no existía más.) La Segunda,
nacida el 3 de agosto de 1813, cuando Santiago Mariño liberó Cumaná, pereció en
la Quinta Batalla de Maturín el 11 de diciembre de 1814. (Otra vez dejó de
existir Venezuela como país.) La Tercera se instaló en Angostura el 18 de julio
de 1817 y desapareció el 17 de diciembre de 1819, al sumarse, por decisión del
Congreso, a la recién fundada República de Colombia. (O sea, por tercera vez,
Venezuela retrocede a la condición de provincia de otro Estado, ahora
republicano.) Finalmente, el 6 de mayo de 1830, principalmente por influencia
de José Antonio Páez, Venezuela reestableció sus instituciones republicanas y
amaneció la Cuarta República. Desde entonces, por más laberíntica que haya sido
la historia constitucional, no ha habido interrupción en la existencia de la
república, ni siquiera de horas. Guerras civiles, vacíos de poder, gobiernos de
facto, juntas de gobierno, democracia, alianzas cívico-militares, fraudes
electorales, intentos de invasión, crisis económicas, presidencias efímeras y
prolongadas, buenas y malas épocas, idas y vueltas, nada ha causado la ruptura
ni el cese de la Cuarta República en 187 años.
Aunque
está claro que es un asunto que deben respondernos ante todo los profesionales
del estudio científico de la historia y del derecho, parece fácil entender que
lo que sucedió en 1999 había sucedido también en 1857, en 1858, en 1864, en
1874, en 1881, en 1891, en 1893, en 1901, en 1904, en 1909, en 1914, en 1922,
en 1925, en 1928, en 1931 (estas últimas seis, por cierto, aprobadas para
complacer a un solo presidente: Juan Vicente Gómez), en 1936, en 1947, en 1953
y en 1961. Probablemente en algunos casos, o en todos, la necesidad de adoptar una
nueva constitución fue disfrazada de urgencia de “abolir los viejos vicios del
pasado”, pero nunca se abolió la república jurídicamente ni se creó una nueva.
En 1999 tampoco.
La
conclusión es que la “quinta república” existe apenas en el discurso político,
adoptado con demasiada facilidad por la mayoría, incorporado activamente a su
habitual “conducta”, como dice Socorro, aunque la historiografía aún ponga en
duda la existencia de tal período histórico.
Como
ya sabemos, lo que llega al discurso, no se va de la mente de los hablantes y
se propaga de generación en generación. Pero el problema no es el discurso,
sino la poca reflexión que se hace al respecto. Y ahora que se ha convocado una
nueva constituyente, aunque 79,9 por ciento de los venezolanos no la cree
necesaria o se opone a ella, hay quienes han comenzado a hablar de la “sexta
república”. Más palabras, pero... ¿más conciencia? Más lenguaje para crear más conductas.
El peligro ahora, incalculable por incierto y por inmenso, es que esta vez, si termina
realizándose, lo que puede llegar a convertirse en puro y simple discurso,
vacío de significado y sin representación concreta en la realidad, es la
república misma, sin números ordinales.
emalaver@gmail.com